FORJADORES DE IDENTIDAD

Fotografía D.R.A.




Hoy, como evocando aquellos lejanos y rigurosos controles de asistencia diaria a clases, en mi antiguo colegio Francisco De Paula Santander, nuevamente me levanto para decir ¡presente! Presente ya no para justificar con la mano en alto mi presencia en aquellas añoradas aulas atiborradas de pupitres compartidos, sino para tratar hasta donde la mente me lo permita, de organizar y articular una serie de ideas y episodios, que bien pudieran hacer parte de lo que yo he dado en llamar “Crónicas de Arjona”.



Para ello, retrocediendo el tiempo doy inicio a este inventario, especie de guion-monólogo para fijar la atención en aquellos primeros galenos de nuestro pueblo, entre estos, el Dr. Bernardino Castro Martínez, conocido cariñosamente como ‘el Doctor Casto’, quien a pesar de haber nacido en Cartagena, desde su muy temprana juventud adoptó a Arjona como su terruño de ejercicio profesional a perpetuidad y también como epílogo de su fructífera existencia y lugar donde más tarde reposarían sus restos por siempre. Muchos otros, casi contemporáneos con aquel, lo fueron los doctores José Cogollo Duque, fallecido a temprana edad y Andrés Guillermo Tarra. Menos contemporáneos, recordamos a Rubén Marrugo Ramírez y Abel Santiago Guerrero Betancourt, a los que podríamos agregar una lista de más de un centenar de excelentes y renombrados médicos, con especialización en las diferentes ramas de la salud, pertenecientes estos últimos, a las subsiguientes generaciones que ha “engendrado y parido” Arjona, sin que ello signifique un corte en la  producción de nuevos profesionales.   

Era la época de la visita y asistencia médica al enfermo en casa, del aislamiento y de la cuarentena preventiva, del uso del “parche poroso” como paliativo para dolores de lumbalgia, del entablillado para inmovilizar fracturas, del uso del peróxido, mercurio y yodo como desinfectantes, del lavado y asepsia de manos del médico en porcelana con jarra de peltre, del acondicionamiento y uso del anexo de la casa del médico como lugar privado de consulta, de auscultamiento médico y en algunos casos, hasta de dispensario para cirugía menor. En resumen, eran los tiempos de la auténtica medicina familiar y a falta de hospitales y dispensarios de salud pública, estos consultorios eran una especie de ambulatorios de atención primaria de pacientes y más que eso, fue la época de la mística, de la dedicación desinteresada y del ejercicio y consagración de la vida del médico al servicio de los más necesitados.

Así por ejemplo, una breve semblanza de uno de mis homenajeados, el Dr. Bernardino Castro Martínez,  a fe del testimonio de sus familiares, nos certifica el reconocimiento-homenaje que le hiciera la Universidad de Cartagena, por haber sido uno de sus primeros egresados de la facultad de medicina. Previo a su formación de médico, incursionó en labores de carpintería y de zapatería, oficios estos, que tal vez curtieron y acicalaron no solo su personalidad sencilla y humilde, sino también su sapiencia y destreza en la atención acertada de muchos heridos graves de variada naturaleza. A pesar de carecer de una especialización determinada y ser un practicante y especialista de la medicina general, su conocimiento y habilidad en emergenciología, cirugía, traumatología y otras ramas de la medicina actual, lo convirtieron en uno de los médicos más solicitados y por esta razón, en una especie de “presidiario” en su propia casa esquinera detrás de la Alcaldía Municipal.  También fue “esclavo” de su sencillo y modesto consultorio de puertas abiertas, pero de biombos y camilla, en donde pasaba activo todo el día, a veces leyendo un periódico o acaso el vademécum de medicinas de la época;  otras veces,  atendiendo pacientes con su característica e impecable bata blanca y zapatillas de tela, apropiadas para mantenerse en pie en su ardua y extenuante labor en cumplimiento de lo que más amaba, como fue el servicio a su prójimo en acato al juramento de Hipócrates. Su sana y discreta vida le permitió llegar a la longevidad y murió a los 106 años rodeado del cariño, admiración y respeto de familiares y de los amigos que tuvieron la oportunidad de conocerlo.

No fue solo el Dr. Castro quien dedicó y consagró su vida a la salud de sus coterráneos. Esa encomiable y noble misión, la hicieron suya también entre otros, los doctores Rubén Marrugo Ramírez y Abel Santiago Guerrero B, quienes homologaron en parte aquella visión humanística de la medicina y reeditaron con su ejercicio, la necesidad de brindarle atención a una población carente de recursos y de medios económicos. Ellos también fueron abriendo el camino y sirvieron de estímulo referencial a las subsiguientes generaciones de futuros médicos arjoneros. Muchos fueron los pacientes que desfilaron y encontraron “pócimas de salud” en la Botica del Dr. Rubén Marrugo, ubicada en la plaza municipal y administrada con devota dedicación por Serafín Puello, más conocido como “el monito boticario”. Algo parecido ocurría en la Avenida Girardot con Calle del Nacimiento, en el consultorio del Dr. Abel Santiago Guerrero. En estos consultorios, especie de centros ambulatorios, se prestaba asistencia médica primaria y en los casos muy graves, referenciaban al paciente a dispensarios de salud más especializados en Cartagena.    

Con el recuerdo imborrable de aquellos excelentes médicos arjoneros ya fallecidos y la consideración de muchos otros que por falta de espacio no alcanzo a incluir en esta “crónica arjonera”, y para quienes expreso mi admiración por haber sido todos “forjadores de identidad”, también hago mención especial de los hermanos doctores, Luis Yarzagaray Cogollo, eminente neurólogo cirujano (fallecido), por haber sido médico de cabecera del Presidente Ronald Reagan de los Estados Unidos y Julio Yarzagaray Cogollo, médico cardiólogo, quien reside en la ciudad de Chicago y su casa funge de “embajada de los arjoneros y demás colombianos”.        

Y hablando de médicos, no puedo cerrar esta semblanza, sin dejar de incluir a Isabelita “mamá Isabelita” Ripoll y a Ana Dolores Atencia, quienes sin saber nada de Gineco-Obstetricia, ni Neonatología, eran unas expertas “parteras” cuando aún no existía la cesárea como técnica de paridera. Incluimos también a Rita Nieto, hábil en postura de inyecciones de alto cuidado y complejidad.

E-mail; orlandopereira27@hotmail.com
Twitter: @OrlandoPereiraB

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