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La ocurrencia de un evento sea este simple o complejo, puede responder a una situación fortuita, espontanea, no previsible, en otras ocasiones a una situación inducida, planificada y previsible tanto en sus consecuencias como en los resultados. Cualquiera sea el modo, a la primera podríamos agregarle inexperiencia, falta de conocimiento, así como otros factores no menos importantes. La segunda, supone un acto consciente, debidamente estudiado, previsible, pero no exento de errores de cálculos en su implementación. Esta introducción, para referirme a las situaciones que describo a continuación así:
Hoy vienen a mi mente, aquellas épocas de muchacho travieso, en las que una vez “soltado” de las obligadas encerronas escolares, nos íbamos en compañía de primos y amigos, a las Huertas – Caballerizas de los abuelos, ubicadas en sectores aledaños a nuestras casas, para darle rienda suelta a las travesuras de cierre de la tarde, sin importarnos los acostumbrados regaños, jalones de oreja y correazos como castigos por desacato a las advertencias y prohibiciones de nuestros padres. Y era que como jóvenes, con poco o ningún conocimiento de los riesgos y peligros que nos asechaban, no resistíamos la tentación de darnos en sus posas de aguas frescas tapizadas de verdes lechugas, un ligero chapuzón, o ‘jartarnos’ del ‘agridulce’ jobo liso y hasta subirnos a los arbustos cargados de las irresistibles ciruelas amarillas y también a las matas de guayaba criolla, o alcanzar los deliciosos y variedad de mangos, así como racimos de dulces mamones.
Así transcurrían
las tardes de nosotros los muchachos en el pueblo, entre regaños y
desobediencias juveniles. Pero en el día menos esperado, se interrumpía la
tranquilidad familiar y se hacía presente la pronosticada sentencia de los
padres, con dolorosas caídas desde uno de los arbustos, cuyas consecuencias dejaban
al descubierto la fragilidad de los huesos con la fractura de brazos o
antebrazos, piernas y en el mejor de los casos, aporreos, hematomas y otras magulladuras
sin consecuencias graves a nivel del resto del cuerpo.
Valgan esos hechos
anecdóticos del pasado, pero de la vida real, para establecer una analogía
entre aquellas advertencias premonitorias, y su similitud con lo que estamos
viviendo en el presente. Muchas y variadas son las voces que nos están
alertando, sobre la peligrosa trampa en que se está convirtiendo el ‘cacareado
proceso de paz’. Lamentablemente, la mezquindad política no nos permite entender,
ni escuchar, ni observar la trascendencia y magnitud del problema. Es así como
las voces de alerta de aquellos, sobre las distorsiones y los peligros que empiezan
a vislumbrarse en el proceso de paz, parecen no tener ni gozar de la receptividad
y credibilidad de muchos y por el contrario, se desechan como falsas,
tendenciosas y temerarias opiniones por provenir todas ellas, de políticos
opositores y personajes supuestamente enemigos de dicho proceso. Para los que
así piensan, la paz es lo que cuenta, sin que importe la forma y los detalles
de cómo se llega a los resultados. Parece ser, que solo nos conformamos con observar
el horizonte del problema (primer plano lejano), sin que nos detengamos como
dirían los especialistas en fotografía, a ver el problema en una posición de
mayor favorabilidad, como es el “primer plano menor”, a objeto de centrar una mayor cercanía y atención
visual de los detalles, que nos permitan inferir las supuestas bondades que nos
brinda el tan cuestionado proceso de paz.
Pero sea cual sea
la ubicación, la “observación vulgar”, como aquella de haber desechado la
voluntad y hasta la opinión de los ciudadanos
que se opusieron a la forma en que se llevó a cabo dicho proceso y que los indujo a votar por el
NO, así como la actitud beligerante y arrogante (si o si) del gobierno a través
del Congreso, para aprobar su instrumento de paz a través del llamado “Fast
Track”, además de las otras prebendas políticas, jurídicas, sociales y hasta
económicas, concedidas a las Farc, no dejan
dudas y nos hacen suponer, que nos acercamos a una riesgosa e impredecible
polarización política. Y es que existe una duda razonable cuando observamos como
con “figuras jurídicas”, se le quiere dar visos de legalidad a lo que la
fiscalía de Colombia ha denunciado como la mayor riqueza acumulada de la Farc.
No deja lugar a dudas, cuando algunos gobiernos regionales manifiestan su
desacuerdo con la ‘zonas veredales’, al convertirse estas, en ‘zonas autónomas’
y territorios vedadas a la incumbencia de las autoridades legalmente
constituidas. Tampoco deja de preocupar,
el abandono y la deserción de guerrilleros con armas de las “zonas veredales”, dizque
por no acogerse ni adaptase al tan ‘atractivo y benévolo’ proceso de paz y la
posibilidad de aliarse a nuevos grupos subversivos y a bandas criminales, no
menos preocupación nos causan los anuncios de la entrega total de armas en
términos relativos o porcentuales, sin anunciarse cuál es la cantidad absoluta
y exacta de ellas. Como si fuera poco, además de la exoneración de delitos de
lesa humanidad y puesta en libertad de muchos guerrilleros con prontuarios
criminales, ahora se le suma la liberación por cumplimiento de pena, del insigne
y despiadado barbudo carcelero “Martín Sombras”.... ¡uuff!
Yo por mi parte,
después de aquellas añejas magulladuras, sabios y acertados consejos, me
encuentro en modo “primer plano menor”, para estar informado de primera mano y
poder observar las ‘confidencias e intimidades’ de este proceso de paz, más parecido a una “caja de pandora”, a una “enredadera”
o quizá a un “paquete chileno” en donde la paz y la justicia parecen ir inexorablemente
cuesta abajo (famoso Tango de Alfredo Le Pera). En un país hermano se pregona
con cierta nostalgia la siguiente frase... “Éramos
felices y no lo sabíamos” y digo yo, si lo sabíamos...y si no...Ya lo
saben.
Prof. Orlando R. Pereira
Bustillo
Twitter: @OrlandoPereiraB
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