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Estas opiniones, tal como lo he manifestado en oportunidades anteriores, solo tienen un fin ilustrativo y como ideas, jamás pretenden persuadir o convencer al lector para que su valoración y asimilación, se conviertan en un motivo para la reflexión.
Ellas hacen parte de mi visión y solo eso, a propósito de la visita del Papa Francisco y el ejemplar comportamiento demostrado por mis paisanos colombianos, salvo las escasas excepciones.
Para ubicarnos en contexto, muy sucintamente debo decir que, en cualquier país tercermundista y unos cuantos de los llamados países en vía de desarrollo o emergentes, sean estos del continente americano (en menor proporción en EE.UU y Canadá), africano (sobre todo los del África sub zariana), asiático (excepto Japón y los llamados tigres asiáticos), así como algunos de los que conforman la llamada franja euro-asiática, unos pocos de Europa oriental y de la región balcánica y en menor número los países de Europa occidental, son notorios los altos índices de pobreza que padece la gran parte de sus poblaciones, con cifras alarmantes y preocupantes que ponen en vilo las políticas y acciones de ayuda y mitigación de los llamados países desarrollados en cuanto a la producción y suministro de alimentos y medicinas, que alivien las difíciles situaciones de hambruna generalizada y enfermedades. Estas calamidades se traducen en problemas endémicos a nivel mundial, dado que la franja de pobreza extrema y de miseria absoluta, se van ensanchando en proporción inversa al grado de ineficiencia de los gobiernos locales (de cada país), que no aciertan en la búsqueda de soluciones propias que les brinden un desarrollo sustentable, a pesar de las grandes riquezas en minerales (metales y no metales), que subyacen en las entrañas de sus suelos y otras fuentes naturales.
Pero este
panorama de pobreza nada alentador a nivel mundial, no es solo obra de los gobiernos
irresolutos en auto gestión, también son el resultado de calamidades producto
de fenómenos naturales, y una gran mayoría debido a conflictos religiosos como en
Nigeria (entre musulmanes y cristianos), de guerras por razones étnicas como sucedió en Ruanda-Burundi (entre los Hutus y Tutsi), o
el resultado de conflictos en la mayoría de las ex colonias de la África sub
zariana (Congo, Sudan, Angola, entre otros). No menos determinantes, han sido los
conflictos de naturaleza político religiosos, como los de Sierra Leona,
Liberia, Costa de Marfil y también los que se vivieron en los Balcanes en la
época de desintegración de la antigua Yugoslavia y los actuales en Siria, Irak entre
Sunitas y Chiitas (musulmanes ambos), y otros como en Afganistán, Myanmar
(antigua Birmania) y Bangladesh en Asia, sin dejar de mencionar los ocurridos
en el pasado en el sureste asiático, en Vietnam, Laos y Camboya. Consecuencia
de esto, son los miles de desaparecidos, los grandes flujos de desplazados y refugiados
con su carga de desarraigo familiar y de pobreza indiscriminada.
Y
Colombia al igual que aquellos, no es la excepción. Como resultado de los malos
gobiernos (la gran mayoría de ellos insensibles e indolentes en su forma de
gobernar y hasta inescrupulosos y corruptos en el manejo de los dineros
públicos), agravado por los más de 60 años de un injustificado conflicto
guerrillero y detrás de ellos, la aparición de los no menos tenebrosos grupos paramilitares,
se han producido los desplazamientos de campesinos hacia las periferias de las
ciudades, hecho que los convierte en esa gran brecha social en situación de
pobreza extrema que, potencialmente, se traduce en caldo de cultivo donde se engendran
y nutren muchos de los graves males que hoy afecta a un alto porcentaje de
colombianos y son la razón de ser de los antagonismos sociales.
Por eso hoy,
a dos días de haber finalizado la gira del Papa Francisco por algunas ciudades
de Colombia, incluyendo al contrastante Distrito Turístico de Cartagena de
Indias y después de su largo recorrido dominical por sus barriadas y populosas calles,
donde el ‘pan nuestro no es el pan de
cada día de muchos’, regresa al Vaticano convencido de que con sus homilías y bellos
mensajes de fe, esperanza, caridad y amor escritos a veces en parábolas, en un
lenguaje digerible y entendible tanto por el más encopetado como por el más humilde
de los cristianos, logrará estrechar la franja social entre los que lo tienen
todo y los que no tienen nada. Pero para ello, son los gobiernos los primeros en
dar un paso adelante, haciendo más maleable las condiciones y calidad de vida
de los más vulnerables, creando fuentes de trabajo estable y de calidad y
diseñando políticas públicas sociales, que estimulen el empoderamiento como
fundamento de la justicia social. Ese paso también debemos darlo nosotros los
cristianos, convencidos de que no es suficiente cumplir con los preceptos cristianos
de ir a misa y tomar la eucaristía todos los días, ni darnos ¡golpes de pecho...si
no hay un verdadero y auténtico acto de contrición! Son estos últimos actos, los
que nos harán reflexionar acerca de nuestro rol como verdaderos cristianos para
transformar en realidad la esperanza de los desposeídos. Solo así, se dará por
servido y quedará justificada la visita de Francisco y la devoción y admiración
espiritual nuestra por el Papa.
Orlando
R. Pereira Bustillo
Twitter: @OrlandoPereiraB
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